December 1, 2023

El Año de la Eucaristía en la Parroquia (Parte 5) — Envío Misionero

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POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III Obispo de Biloxi

Mi quinta y última columna de la serie sobre El Año de la Eucaristía en la Parroquia se centra en el “Envío Misionero”.
El teólogo Hans Urs von Balthasar dice: “Lo bello detiene al espectador en seco y luego siembra dentro de él el deseo de hablar a otros de lo que ha visto”.
¿Qué es más hermoso que el amor que el Padre nos demostró al enviar a su único Hijo amado, Jesús, para salvarnos cuando aún éramos pecadores? ¡Jesús cruci-ficado, sepultado, resucitado y ascendido! Jesús que nos dio su cuerpo y su sangre como sacrificio perpetuo para que también nosotros podamos participar en su sacrificio y en su resurrección. Cuando comenzamos a sentir este amor transformador, incondicional e intermi-nable, ¡debería detenernos en seco y obligarnos a com-partir la belleza que estamos experimentando! Debe facilitar: “Id, pues, y haced discípulos a todas las nacio-nes, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí, yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20).
La palabra “Evangelización” no fue escuchada con frecuencia por los católicos en años pasados. Crecí en una época en la que la mayoría de las personas en nuestras comunidades y lugares de trabajo eran pre-dominantemente cristianos, especialmente en el Sur. Ese tiempo de la “Cristiandad” ha pasado. Los tiempos que vivimos ahora son de “Misión Apostólica”, lo que significa que estamos viviendo una vez más en un mundo similar a los tiempos de los Apóstoles donde los cristianos son la minoría y el mundo secular es hostil a nuestra fe.
¿Por dónde empezamos cuando se trata de la evan-gelización? Si has estado siguiendo mis homilías, columnas o has leído Missio Nostra, ¡sabes la respuesta a esta! Comencemos por hacer crecer y fortalecer nues-tra propia fe para que como nos dice San Pedro en su primera carta a los cristianos sobre la dificultad de vivir la vida cristiana en un mundo secular hostil y con valores diferentes: “Estad siempre dispuestos a dar razón a todo el que os demande razón de vuestra espe-ranza, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia, manteniendo limpia la conciencia…” (1 Pedro 3:15-16). (1 Pedro 2: 11-4: 11 está escrito para “El cristiano en un mundo hostil” y es bueno para leer, orar y con-templar).
Ser capaz de contar TU historia de fe ~ para dar la razón de tu esperanza en Cristo. Esto a veces puede parecer más fácil para los conversos a la fe que tienen ese “¡Eureka!” momento y son capaces de articular cuándo se dieron cuenta de quién es Jesús y lo que hizo por todos nosotros que iniciaron su viaje. Para muchos católicos de cuna, puede ser la historia de fe “que siem-pre ha estado ahí” alimentada por nuestras familias, que creció como nosotros y la reclamamos como nuestra en la Confirmación, o a veces es más tarde cuando nos damos cuenta de que nuestra fe es nuestro propio camino y no solo algo que nuestros padres esperan de nosotros. Y para muchos de nosotros, nuestras historias se encuentran en algún punto intermedio.
Tómate unos momentos para recordar cuándo reci-biste los Sacramentos de Iniciación y trae a tu mente y corazón lo que significa para ti tu Bautismo, recibir a Jesús en la Eucaristía y los dones del Espíritu Santo. Piensa en las personas, los retiros espirituales, los acon-tecimientos de la vida, a lo largo del camino que te acercaron a Cristo o te llevaron a encontrarte con Cristo. Piensa en lo que ha sido tu fe para ti en las alegrías y las luchas de vivir y superar las tristezas que se nos presenten. Este es un lugar para comenzar su historia de fe. Ore para que el Espíritu Santo le ayude a compartirlo. A medida que crecemos en la fe, nuestra historia de fe también crecerá.
Cuando se trata de compartir nuestra fe en la Eucaristía, que durante la Misa Jesús se nos haga pre-sente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, en la apari-encia del pan y el vino puede ser difícil de explicar, especialmente para aquellos que aún no creen. Incluso algunos de los discípulos de Jesús tuvieron dificultades para aceptar la enseñanza de Jesús en el Discurso del Pan de Vida en el evangelio de Juan, y cuestionaron quién podría aceptarla. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo puede éste darnos [su] carne para comer?” (Juan 6:52).

Entonces muchos de sus discípulos que estaban escuchando dijeron: “Esta palabra es dura; ¿Quién puede aceptarlo? Jesús, sabiendo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza?”. (Juan 6:60-61).
Algunos de sus discípulos lo dejaron y regresaron a su forma de vida anterior. ¡Gracias a Dios que los Apóstoles continuaron teniendo fe en Él, y esta ense-ñanza se hizo tangible en la Última Cena!
Como resultado de esto, muchos [de] sus discípulos volvieron a su forma de vida anterior y ya no lo acom-pañaron. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Maestro, ¿a quién iremos? Tu tienes las palabras de la vida eterna. hemos llegado a creer y estamos convenci-dos de que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:66-69).
Un avance rápido hasta un estudio de Pew de 2019 encontró que solo un tercio de los católicos creen que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre reales de Jesucristo. Muchos de nosotros estamos experimentan-do esto en nuestras propias familias; miembros de la familia alejándose de la Eucaristía, alejándose de la Misa, o incluso alejándose de la fe. Esta es una de las razones por las que la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos lanzó el Avivamiento Eucarístico Nacional, para restaurar la comprensión y la devoción a la Eucaristía, que es la fuente y cumbre de la vida cristiana (Lumen Gentium, #11).
A menudo es más difícil compartir nuestra fe con la familia que compartirla con un extraño. Podemos enfrentar el desinterés o incluso la hostilidad de amigos y familiares. ¡Perseverar! Levanta al incrédulo en oración a nuestro Señor y pídele que se revele a él. Además, ore al Espíritu Santo para que le revele a alguien a quien debe acompañar en la fe. A veces se necesita su testimonio apasionado y, a veces, una lla-mada suave que atraiga su curiosidad los hará avanzar.
Santa Ángela de Foligno dijo: “Si nos detuviéramos un momento para considerar atentamente lo que sucede en este Sacramento, estoy segura de que el pensam-iento del amor de Cristo por nosotros transformaría la frialdad de nuestros corazones en un fuego de amor y gratitud”.
¿Cómo damos las gracias apropiadas a Dios por el don de Su hijo en la Eucaristía? El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la “Eucaristía nos compromete con los pobres. Para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos”. (CC 1397)
Las Obras de Misericordia Corporales se basan en las enseñanzas de Cristo y son la expresión perfecta del amor y la gratitud eucarísticos.

• Alimenta al hambriento. • Dar de beber al sediento. • Vestir al desnudo. • Visitar a los encarcelados. • Albergue a las personas sin hogar. • Visitar a los enfermos. • Enterrar a los muertos.

Todas estas acciones están enraizadas en el amor eucarístico y la gratitud. Es ese mismo amor y gratitud que ha inspirado a innumerables hombres y mujeres santos en acción por su amor y devoción a la Eucaristía. Uno de los mejores ejemplos es Santa Teresa de Calcuta, quien ministró a los más pobres de los pobres. Ella dijo: “La Eucaristía y los pobres son inseparables. Esto no es nada nuevo para la Iglesia, pues lo podemos ver claramente en los Evangelios. El que dijo: “Esto es mi cuerpo”, es el mismo que dijo: “Tuve hambre y me disteis de comer”» (cf. Mateo 26,26; 25,35).
San Damián de Veuster, SS.CC., que atendió a los leprosos en el Hawaiian de Molokai, sacó su fuerza de la Eucaristía. En una carta a su hermano, Damián, escribió: “Sin la presencia constante de nuestro Divino Maestro, nunca podría unir mi suerte a la de los lepro-sos”.
Vemos ese mismo tipo de amor llevado a cabo aquí a nivel local a través del trabajo de la Sociedad de San Vicente de Paúl y por aquellos que se ofrecen como voluntarios en sus iglesias o comedores comunitarios para alimentar a los hambrientos y proporcionarles ropa y otros recursos vitales. Somos las manos y los pies de nuestro Señor, y en estos días nuestro testimonio puede ser la única oportunidad que muchos tienen de experi-mentar a Jesús vivo en otra persona.
Conozco a una persona que solía comer tres comi-das al día. Sin embargo, después de escuchar a su pár-roco predicar el relato evangélico sobre la multipli-cación de los panes y los peces, se quedó con un sen-timiento de vacío y con ganas de hacer algo para ayudar a los menos afortunados. Como resultado, decidió saltarse el almuerzo una vez a la semana y pasar la hora del almuerzo como voluntario en un comedor de benef-icencia local que atendía principalmente a personas sin hogar. Luego, decidió que podía hacer más y comenzó a buscar a algunas de esas mismas personas del come-dor de beneficencia en los lugares donde pasaban el rato en la comunidad. Les llevaría comida y bebida, ropa, artículos de tocador. También llevaría a estas per-sonas a lugares donde pudieran ducharse y los ayudaría si necesitaban atención médica. Lo hizo porque estaba agradecido por lo que Jesús hizo por Él y por nosotros con Su sufrimiento, muerte, Resurrección y Ascensión al cielo y por el gran don que Él ha hecho a cada uno, Su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad en la Sagrada Eucaristía. Hizo visible su fe en su ministerio a otros en su necesidad.
Hay muchas oportunidades maravillosas en nuestras parroquias y comunidades para revelar al mundo nuestra fe y amor en Jesucristo y Su presencia con nosotros. Cuando estamos sirviendo a los demás y reflejando la misericordia de Dios, tenemos una maravillosa opor-tunidad de preguntar: “¿Puedo orar por ti?” y si la respuesta es “Sí”. Luego, con alegría y confianza en la misericordia y el amor de Jesús por cada uno de nosotros, ofrece una oración sencilla de agradecimiento por la persona que Dios ha puesto en tu camino y pide la bendición de Dios para ellos y sus seres queridos. También puede preguntarles si hay algo o alguien por quien les gustaría que oren. Y si alguien te pregunta “una razón para tu esperanza”, estarás listo para com-partir tu historia de fe que puede ser la chispa que los encienda en su camino hacia la fe en Cristo.
Mientras continuamos el Año de la Eucaristía en la Parroquia, me hago eco de esta oración del Papa Francisco:
“Invoquemos, pues, al Señor, para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y que cada uno de nosotros sea instrumento de comunión en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos a los que pertenece, como signo visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie solo y en necesidad, para que descienda entre los hombres la comunión y la paz, y la comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es vida para todos”. (Audiencia general – 17 de agosto de 2016)

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