Avivamiento Eucarístico — El Año de la Parroquia (Parte 2) — Culto Revigorizante

POR EL OBISPO LOUIS F. KIHNEMAN III
Obispo de Biloxi
Nuestras liturgias dominicales, nuestras misas y otras formas de adoración son un encuentro con Jesucristo y son fundamentales para la vida de nuestra fe y para nuestra comunidad de fe. Deben comunicar nuestros valores como Cuerpo de Cristo y deben llevar-nos a todos a enamorarnos de la Eucaristía, Jesús. Cuando celebramos la Santísima Eucaristía, además de traernos a nosotros mismos ya nuestras familias, Jesús también nos pide que traigamos a nuestro prójimo. ¡Durante el Avivamiento Eucarístico, se nos pide par-ticularmente que invitemos/traigamos a un católico caído de regreso a Misa! Les pido que oren intenciona-lmente sobre esto y le pidan al Señor que revele a la persona que Él quiere que inviten a Misa, ¡y luego invítenla! La celebración de la Eucaristía está destinada a ser tal encuentro con Jesucristo y Su Iglesia que no solo queremos compartir Su amor, sino que no podem-os evitar compartirlo.
En la fiesta del Corpus Christi, iniciamos el Año de la Parroquia como parte de la Renovación Eucarística Nacional. Muchas parroquias y misiones llevaron a cabo Procesiones Eucarísticas para anunciar el año y llevar la verdad a los feligreses y nuestras comunidades de la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía.
Un ambiente acogedor puede comenzar simple-mente con la hospitalidad. Comenzamos en el estacio-namiento incluso antes de entrar a la iglesia, podemos compartir una sonrisa y una palabra de bienvenida en la entrada de la iglesia, podemos echar una mano a los padres con niños pequeños o alguien con problemas de movilidad, cantamos y oramos en voz alta las partes de la Misa, escuchamos atentamente la Palabra de Dios y la Homilía, mostramos reverencia y verdaderamente participamos durante la Liturgia de la Eucaristía, per-manecemos en la iglesia hasta la bendición final y el envío, y luego continuamos con nuestra comunión después Misa y nuestro regreso al estacionamiento. Estos encuentros ayudan a formar un ambiente donde la gente quiere volver a experimentar el amor de Dios hecho visible a través de nuestras acciones.
La música es una gran parte de nuestra adoración a nuestro Señor. San Agustín dijo: “El que canta reza dos veces”. Una de las alegrías de ser su obispo es celebrar Misas en las diferentes parroquias. La buena música que es reverente e inspiradora mejora significativa-mente la experiencia de adoración. Los coros de niños son una bendición particular y cuando los niños levan-tan la voz en adoración, ¡es pura alegría! Una parroquia o misión pequeña puede no tener los recursos de un músico o un coro grande, pero las voces que se elevan juntas en adoración a cappella son hermosas cuando participa toda la congregación, sin importar el tamaño.
La belleza es una atracción instantánea para nuestros sentidos y, además de la belleza que se encuentra en la música, un hermoso espacio que sea adecuado para la celebración sagrada también puede ser parte de nuestro culto, y los fieles suelen ser una parte importante de mantener limpio nuestro espacio de culto. y hermoso: “La tradición de decorar o no la iglesia para los tiempos litúrgicos y las fiestas realza la conciencia de la natura-leza festiva, solemne o penitencial de estos tiempos. Las mentes y los corazones humanos son estimulados por los sonidos, las imágenes y las fragancias de las estaciones litúrgicas, que se combinan para crear impresiones poderosas y duraderas de las ricas y abun-dantes gracias únicas de cada una de las estaciones” (USCCB, Built of Living Stones: Art, Environment , y Culto, 2007, No. 123). Agregaría que las impresiones también son únicas para cada una de nuestras parro-quias, misiones, capillas y escuelas.
Nos encontramos con Dios de muchas maneras, pero las dos más profundas son a través de Su Palabra ya través de la Eucaristía, que son Cristo: “En el prin-cipio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas llegaron a ser a través de él, y sin él nada llegó a ser. Lo que vino a ser a través de él como vida, y esta vida fue la luz de la raza humana; la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han vencido.
… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1-5, 14).
A veces nos presentamos a Misa y nuestra dis-posición es simplemente estar presentes. Jesús quiere que nuestra presencia sea segura, pero más que eso, ¡quiere nuestra participación! Podemos participar más plenamente preparándonos para la Misa, meditando en las Escrituras diariamente y, en particular, contemp-lando las Lecturas antes de la Misa. Se sorprenderá de lo vivas y ricas que se vuelven las lecturas cuando nos hemos tomado el tiempo de orar con las Escrituras antes de la Misa y cuando verdaderamente escuchamos y recibimos Su Palabra.
Nuestra relación con la Eucaristía es fundamental para nuestra fe. Hay tantas cosas que suceden durante la celebración de la Eucaristía, y muchas cosas son indescriptibles. Intentaré describir y compartir con ust-edes algunas de mis experiencias y maneras para que participen más plenamente.
Al comienzo de la Liturgia de la Eucaristía, cuando se llevan las ofrendas al Altar, cada uno de nosotros está llamado a presentarnos en oración e intencional-mente como parte de esas ofrendas. Cuando entrega-mos en el Altar a nuestras familias, nuestros ministeri-os, nuestro trabajo, nuestras oraciones, nuestras preocu-paciones, nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestras bendiciones, nosotros mismos, nos encontra-mos con Jesús de una manera más íntima. Le damos la oportunidad de transformar nuestro don de nosotros pecadores y rotos, nuestra entrega, y Él es capaz de unir nuestros dones a Sí mismo. Cuando nos acercamos al Altar para recibir el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, lo recibimos de una manera más profunda y profundamente personal cuando primero nos hemos ofrecido junto con nuestros diezmos y las ofrendas de pan y vino. Cuando se nos ofrece el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo y respondemos: “¡Amén!” (¡Sí! ¡Que así sea!), somos unidos a Jesús con nuestro “¡Amén!” Y a través de nuestro “Amén”, lo estamos invitando a nuestra vida, no solo por ese momento, sino que debemos vivir visiblemente nuestro “Amén” durante el resto del día y en la próxima semana hasta que lo recibamos nuevamente en Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para volver a entregarnos a nosotros mismos y a nuestro ¡Amén!
¡Esto es lo que nos hace católicos! Cada vez que celebramos la Eucaristía hay una explosión de gracia que sale para todos los presentes. Nuestra fe es sobre-natural y trasciende los límites de lo visible y lo invis-ible. Durante la Liturgia de la Eucaristía y particular-mente durante.
la Plegaria Eucarística, el tiempo y el espacio se derrumban y estamos vinculados a la Última Cena y el Cielo baja para tocarnos y nosotros subimos para tocar el Cielo! Cuando el Cielo toca el Altar, sé que no estamos solos. Experimento la Comunión de los Santos de una manera real durante la Liturgia de la Eucaristía. Mis dos padres, desde su fallecimiento, se han parado a mi lado durante la celebración de la Misa y literalmente me hace llorar de gran alegría. Pero no se detiene con mis padres, ellos traen a mis parientes. También me encuentro con santos que me dedico a su ejemplo de vida cristiana. Se unen a la celebración alrededor del Altar, y no por último ni menos importante, Jesús está presente de manera tangible. Puedo sentir la intersec-ción del Cielo y la Tierra y todo lo que puedo decir es ¡GUAU! Entonces, si me ven llorar o ven una sonrisa en mi rostro cuando estoy rezando la Misa, sabrán que los Santos se han unido a nosotros para la Misa.
He sido testigo de una explosión de gracia tras la elevación del Cuerpo de Cristo y el Cáliz de Su Sangre. Para mí es un bálsamo para las heridas, la división y el caos de este mundo. Es una respuesta a la falta de espe-ranza en nuestro mundo. ¡Es el Sacramento de la Esperanza, a través de la Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesús! Es tan simple como la presencia de Jesús con nosotros en la Misa, Jesús en su amor por nosotros, Jesús abandonado y Jesús como Salvador.
Cuando cada uno de nosotros está realmente pre-sente en toda su capacidad en cada parte de la Misa, la Misa se revigoriza a través de nosotros. Cuando nos ofrecemos a nuestro Señor durante la Misa, nos deja-mos cambiar por Su amor y somos recreados, ¡y ten-emos esta oportunidad cada vez que participamos ple-namente en la Misa!